No siempre tuve sobrepeso. Recuerdo tener un cuerpo atlético y bronceado durante mi adolescencia. Mi cuerpo nunca fue demasiado delgado, ni demasiado gordo. Sin embargo, con el avance de los años, las responsabilidades y las sitauciones estresantes, mi cuerpo empezó a acumular kilos y a engordar. Y llegó la maternidad, y en ese momento los kilos se dispararon. Cuando quise ver me sobraban unos 13 o 14 kilos. A una persona con mucho peso, no le parecerá tanto, pero para mi esos kilos pesaban demasiado en mi alma.
Leí, estudié, investigué todo lo que llegó a mis manos sobre los mecanismos del organismo para metabolizar la glucosa, almacenar la grasa, acumular líquidos… Conocí a una persona que decía tener la Dieta Perfecta para adelgazar y efectivamente, adelgacé varios kilos y sentí que por fin había encontrado la metodología perfecta para adelgazar pero, como pasa con la mayoría de las dietas, volví a engordar.
Así que me di cuenta que para adelgazar no sólo había que llevar un estilo de alimentación, debía bucear en las profundidades de mi ser y reconocer los conflictos emocionales que de forma inconsciente llevaban a mi cuerpo a la acumulación excesiva de grasa.
Así que estudié sobre las emociones y me adentré en la biodescodificación y descubrí que:
El sobrepeso no es solo un balance energético positivo (más calorías ingeridas que consumidas), el exceso de peso también nos habla de emociones no liberadas.
Comemos para tapar nuestros vacíos, huir de nuestros miedos, de nuestras frustraciones. Comemos para consolarnos, Comemos para castigarnos o premiarnos,
Aprendemos a comer en casa y las llamadas “causas genéticas” del sobrepeso se expresarán en función de nuestra educación alimentaria, la actividad física de la familia y el tipo de alimentos que se consume.
Las variaciones del estado emocional influyen en cómo comemos. Hay que reparar en por qué comemos a nivel emocional: ¿tristeza, miedo, rabia, ansiedad, emotividad, negatividad?
Las formas de comer se asocian a determinadas emociones:
- Picoteo: regresión al placer inmediato
- Comer rápido: memoria de falta (que no me lo saquen)
- Grandes cantidades o atiborrarse: carencia, pobreza
- Comer con ansiedad: calmar un dolor o angustia con comida en lugar de abrazar a alguien o hablar.
- Chocomanía: carencia afectiva
- Comedor social: demostrar valor o fuerza
¿Y qué hay de las dietas? Las dietas restrictivas llevan asociadas el “efecto rebote”, que por lo general lleva a un mayor aumento de peso. Esto sucede porque el cerebro es conservador y no le gustan los cambios bruscos.
Un menor consumo puede reactivar un mecanismo de supervivencia básico que es la memoria celular de la escasez, carencia, privación o falta. Entonces, nuestro cuerpo interpreta que hemos dejado de comer como antes porque nos falta comida, y decide bajar el metabolismo, archivando los nutrientes que faltarán para abastecernos y aumentando así nuestra grasa.
La solución no es estar en lucha, sino que pasa por entender por qué nuestro cerebro se siente en peligro y entender la lógica del síntoma.
Hay muchos conflictos asociados al sobrepeso que pueden relacionarse, por ejemplo, con la ausencia de algo o alguien, la falta de afecto, la desvalorización o la obligación de resistir.
Las formas de nuestro cuerpo, a su vez, también hablan de aquello que nos “faltó” o nos “falta”. Una barriga prominente, los brazos gruesos o una espalda ancha tienen relación con aquellas soluciones que nuestro cuerpo ha brindado con el fin de sobrevivir.
¿La solución?
Rever nuestros hábitos llevando una cuenta de lo que comemos, pero principalmente identificar nuestras emociones para poder expresarlas y soltar todo el estrés con el que lidiamos día a día. Es fundamental que nos conectemos con nuestro cuerpo y aprendamos a estar con nosotros mismos para sentirnos en equilibrio y así vivir mejor.