Comida y Emociones
mayo 16, 2024
El estrés se produce como reacción ante algo que nos sucede en el exterior, ya sea un atasco, un problema en el trabajo, excesivas tareas, discusiones con la pareja… Incluso la crianza de un hijo puede llevarnos a estados de estrés y ansiedad. Cualquier situación que nos produzca miedo o nos sintamos amenazados puede ser fuente de estrés.
Algo de estrés es bueno porque nos mantiene alerta ante los problemas de la vida. Un poquito de estrés o nervios ante un evento importante puede ser positivo, ahora bien, cuando el estrés se prolonga en el tiempo llega a ser muy dañino para la salud.
El origen del estrés es externo. Algo sucede fuera que nos hace ponernos en alerta. Y te estresarás, más o menos, en función de cómo reacciones ante esa amenanza externa.
Llamamos ansiedad a un estado mental y emocional más generalizado y persistente, sin un detonante claro, es decir, puede ser por algo externo a nosotros o alguna preocupación interna.
Además de los síntomas físicos: presión en el pecho, sudoración en las manos, palpitaciones, estreñimiento o diarrea, cansancio, tensión corporal, mente aletargada… Puede incluir preocupaciones excesivas, temores irracionales y sentimientos de aprensión.
El estrés suele ser algo temporal mientras que la ansiedad es más persistente en el tiempo. Puede convertirse en un trastorno cuando la ansiedad se manifiesta un día sí y otro también. La ansiedad es un verdadero problema cuando se transforma en un ruido blanco de fondo, un run-run interno, un malestar inconsciente con el que cargamos a diario y que, dependiendo del contexto, se dispara en mayor o menor medida.
Puede ser por un hecho concreto que sucede en tu vida de forma inesperada: un accidente, una muerte de un familiar que no te esperas, un despido, un suceso traumático para ti…
Puede darse ante un evento futuro del que te sientas inseguro como unos exámenes, un enlace matrimonial, una competición deportiva…
Pero la ansiedad también tiene su origen en las memorias implícitas, esas memorias que se quedan grabadas en tu cerebro durante tu más pronta infancia y de las que no tienes recuerdos conscientes. Si tu madre pasó por depresión postparto, tenía ansiedad, se la quedaba demasiado grande el criarte o apenas tenía tiempo porque tenía que cuidar de tus hermanos mayores… Tú como bebé, estás completamente indefenso ante esa situación, eres capaz de captar esa ansiedad de tu madre y sentir las mismas emociones que ella. Esas emociones que siente el bebé de abandono, desapego, desatención de las figuras parentales… quedará grabado para siempre en su memoria subconsciente o implícita, y ante determinados sucesos, se disparará la ansiedad.
El origen de la ansiedad en las memorias implícitas lo menciona la psiquiatra estadounidense Judith Lewis Herman en sus estudios sobre los traumas en la infancia¹.
Hay muchas definiciones para la depresión pero quiero darte la que a mi personalmente más me gusta: la depresión es un mecanismo de supervivencia de tu mente subconsciente para que dejes de sufrir intentando boicotear cualquier tipo de acción que quieras llevar a cabo.
Es decir, como ya has sufrido tantísimo y tus niveles de ansiedad y sufrimiento han sido tan elevados a lo largo del tiempo, lo que hace tu mente subconsciente es boicotearte, impedirte que te muevas, que te valores, que puedas moverte del sofá o de la cama, que pierdas toda energía y ánimo de poder cambiar o conseguir lo que deseas, incluso te quita las ganas de vivir, para que así dejes de sufrir.
Detrás de la depresión también hay angustia vital. Un abismo entre lo que estamos viviendo y lo que nos gustaría vivir realmente. “El vértigo ante un abismo”, decía el filósofo Kierkegaard.
La depresión llega ante una pérdida de seguridad, cuando aquello que daba sentido a nuestra vida se pierde o pierde valor, la vida no parece tener sentido, pierde su dirección y significado.
La depresión es una pérdida de sentido de la vida, con una base físiológica y otra emocional (psicológica).
No todas personas viven la depresión de la misma manera, cada persona tiene sus propias luchas internas y cursa la depresión de forma distinta, pero algunos síntomas comunes suelen ser:
La depresión es una dolencia multisistémica que afecta a todo el organismo y no únicamente se debe a una desregulación de la bioquímica del cerebro, como inicialmente se pensaba. Estudios recientes relacionan la ansiedad y la depresión con carencias y desbalances nutricionales²:
La inflamación crónica o inflamación interna es una respuesta de tu organismo ante una infección, una lesión, una acumulación de toxinas y de grasas (especialmente grasas viscerales), y en general, ante la presencia de algo nocivo que puede hacerle daño a tu cuerpo.
La inflamación crónica interna surge como un proceso de tu organismo para luchar contra esos males, como mecanismo para curarse a sí mismo. En este proceso, el cuerpo libera sustancias químicas como anticuerpos o proteínas y un mayor flujo de sangre hacia el área dañada, que desencadenan una respuesta de tu sistema inmunitario.
Esa inflamación puede ser generalizada en todo el cuerpo y puede llegar también al cerebro. Cuando el cerebro está inflamado, lo llamamos neuroinflamación.
La neuroinflamación es un fenómeno que se produce cuando el sistema inmunológico del cerebro se activa de forma excesiva o prolongada, causando daño a las células nerviosas y alterando el funcionamiento cerebral.
En los cerebros con neuroinflamación se han hallado sustancias que no deberían estar ahí presentes como: metales pesados, microplásticos, citoquinas inflamatorias y anticuerpos.
Esto se debe a que la barrera hematoencefálica que rodea el cerebro puede deteriorarse (al igual que los epitelios intestinales), volverse más permeable y deja pasar moleculas más grandes que acceden al cerebro y se interponen en la comunicación entre neuronas. Cuando esto sucede, los primeros sintomas son: falta de concentración, lentitud mental, letargo…
Así mismo, las células gliales presentes en el cerebro, (que mantienen las neuronas en su lugar y las ayuda a funcionar como deben), ante diversos estímulos que son percibidos como una agresión, cambian completamente su patrón de actividad y se transforman en células inmunitarias, produciendo inflamación cerebral⁴.
Si tienes estrés, ansiedad o depresión, evita tomar alcohol.
Aunque socialmente esté muy arraigado beber algo de alcohol como forma de animarse, realmente el alcohol es una de las sustancias que más dañan al cerebro y que más inducen la respuesta M1 (respuesta inflamatoria) de las microglías cerebrales. Así mismo, el alcohol aumenta la permeabilidad de la barrera hematoencefálica.
Las células gliales presentes en el cerebro, ante diversos estímulos que son percibidos como una agresión, cambian completamente su patrón de actividad y se transforman en células inmunitarias, produciendo inflamación cerebral⁴.
Cuando el insomnio se cronifica y tienes muchas noches en las que el sueño no es reparador, estás induciendo a tu cerebro hacia la neuroinflamación y el deterioro del aprendizaje y la memoria⁵.
Durante la privación crónica del sueño, los mediadores inflamatorios aumentan y desencadenan la activación M1 de células gliales y microgliales, con la consecuente neuroinflamación. Es la pescadilla que se muerde la cola, porque cuanto más te inflamas, peor duermes, y cuanto peor duermes, más te inflamas. De alguna manera tienes que parar este círculo vicioso.
Si no duermes bien, piensa cuanto sufre tu cerebro y pon todo lo que esté de tu parte para poder dormir mejor: ejercicios de relajación, respiración profunda, meditación, yoga restaurativo, algún tipo de infusión relajante antes de dormir…
La actividad física atenúa la neuroinflamación según estudios recientes⁷.
Así mismo, cuando te mueves, tus emociones también se mueven. Nada para mejorar la angustia o la depresión como salir a caminar.
El ejercicio, a priori, es inflamatorio para el cuerpo, pero después de que la inflamación baje, los beneficios para el cuerpo son innumerables, también para el cerebro.
Si estás depresivo te costará ponerte en marcha porque tu mente subconsciente quiere que no te muevas de la cama o el sofá, pero debes escuchar también a esa voz positiva que te habla muy bajito y que te dice que puedes salir de la situación en la que estás. Échale ganas y ponte en movimiento como forma de sanar. Solo unos pocos pasos. Y cada día un poquito más.
En la actualidad, existe la opinión generalizada de que la microbiota intestinal se comunica con el sistema nervioso central a través de vías neuronales, endocrinas e inmunitarias, y que, de este modo, nuestra microbiota es capaz de controlar la función cerebral.
Algunos estudios han demostrado que la microbiota intestinal desempeña un papel importante en la regulación de la ansiedad, el estado de ánimo, la cognición y el dolor mediante el eje microbiota-intestino-cerebro.
También se ha comprobado que las personas con depresión suelen tener un desequilibrio en la microbiota intestinal.
Cuidar de nuestra microbiota intestinal puede constituir una estrategia eficaz para sanar episodios ansiedad y depresión.
Encontramos ya en el mercado probióticos específicos como Neuromed (de laboratorio SpainLab) un complemento alimenticio a base de vitaminas, minerales, probióticos de cepas cuidadosamente seleccionadas, extractos de plantas y otras sustancias para mejorar los estados depresivos bajo la más rigurosa evidencia científica que hay al respecto.
Personalmente, es de lo mejor que he visto al respecto a día de hoy.
He observado verdaderas mejorías en pacientes con ansiedad y depresión, así como en pacientes con bipolaridad y trastornos de identidad disociativo ofreciéndoles acompañamiento nutricional y emocional. Estos serían, en resumidas líneas, los pasos para sanar nuestro cerebro:
Paso 1: Limpiar, desinflamar y restaurar los epitelios intestinales para evitar el paso de metales pesados y toxinas al torrente sanguíneo que puedan llegar al cerebro y acumularse en él.
Paso 2. Ayudar al hígado a eliminar toxinas y desinflamarse, ya que en el hígado reside una población estable de macrófagos conocidos como células de Kuppfer, que también pueden expresarse como M1 (inflamatorias) o M2 (antinflamatorias). Y esta respuesta inflamatoria en el hígado puede influir también en la respuesta inflamatoria cerebral a través del nervio vago.
Paso 3: Llevar una alimentación antiinflamatoria.
Paso 4: Hacer uso de quelantes que faciliten la eliminación de metales pesados en el cerebro y en el organismo.
Paso 5: Suplementación específica para evitar carencias nutricionales y la mejora de las funciones cerebrales.
Paso 6: Repoblar la microbiota intestinal con prebióticos y probióticos específicos.
Paso 7: Cambiar hábitos. Como ya hemos hablado antes, el insomnio, el sedentarismo, el alcohol o el exceso de estrés aumenta nuestra neuroinflamación. Si queremos sanar debemos replantearnos nuestro estilo de vida, decir adiós a viejos hábitos (y quizás también a viejas compañías).
Paso 8: Acompañamiento emocional. Es importante que cuentes con el acompañamiento de un terapeuta que pueda ayudarte a encontrar el origen de tu estrés, ansiedad o depresión. Todas las personas pasamos por una angustia vital en algún momento de nuestra vida y siendo acompañado y guiado es mucho más fácil salir del pozo.
Hay casos que el cerebro está tan dañado en su sistema límbico que ni la medicación más fuerte ni la terapia funcionan. Son casos extremos. Muchas personas, en cambio, pueden encontrar gran mejoría siguiendo los pasos anteriormente mencionados.
Si te encuentras en un momento de angustia vital te invito a tener un ratito para ti mismo en soledad y a reflexionar sobre las siguientes preguntas:
¿Qué me pasa verdaderamente?
¿Qué estoy haciendo?
¿Qué está pasando en mi vida?
¿De qué quiero que se trate mi vida?
Esta vida que llevo ¿Refleja lo que es importante para mi?
Para sanar debes darte un tiempo prudencial. La metodología que planteo a mis pacientes requiere de al menos 30 días.
Hay que tomarlo con paciencia, seguir muy bien los pasos y mentalizarse a tope para no quedarse colgado por el camino.
“Que tu alimentación sea tu medicina”, dijo Hipócrates.
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